13.12.14

Autodidactismo y cultura anarquista. La experiencia de Francisco Pezoa Astudillo (1885-1944)

por Ignotus

Nota: Reproducimos a continuación este artículo del compañero Ignotus  publicado en dos partes en el periódico El Sol Ácrata de Antofagasta, en sus ediciones N°27 (julio 2014) y N°28 (agosto - septiembre 2014)



En declaraciones hechas ante el juez a cargo del proceso a la Sociedad de Resistencia Oficios Varios (SROV) de Santiago -a comienzos de 1912-, Francisco Pezoa señalaría tener 28 años, ser “natural de esta ciudad”, “soltero”, domiciliado en calle de Herrera nº 140, y ejercer el “oficio de cigarrero”. (1) En la ocasión, Pancho declararía además ser “anarquista desde hace diez años” y que lo había hecho “propagar esta doctrina el estudio, la observación y el convencimiento”. Reconocía además, haber tomado parte en las distintas “huelgas que han tenido lugar en esta capital desde el año 1903, más o menos”. Señaló además que “No tomé parte en las jornadas del 22 i 23 de octubre de 1905 por no encontrarme aquí sino en Iquique trabajando como tipógrafo en la imprenta de “El Tarapacá”. Durante mi permanencia en el norte (publicamos) en el pueblo de Dolores, junto con Juan de Dios Valdés, un periódico con el fin de propagar las ideas anarquistas. Se denominó La Agitación


Reconocía formar parte de la SROV, pero creía que “no todos los miembros” de esta sociedad eran anarquistas, “y muchos de ellos son sindicalistas”. Declararía además, propagar las ideas anarquistas en forma pacífica, a través de la pluma y la tribuna, avalando la violencia “sólo en causas extremas”. Así por ejemplo, “en un mitin de esta ciudad en octubre de 1909 en la plaza Vicuña Mackenna hice uso de la palabra con el fin de hacer propaganda de mis ideas anarquistas e igual cosa he hecho en cinco ocasiones más o menos, para propagar así, de este modo, y con nuestra conducta intachable el ideal anarquista, que sólo usa la violencia en caso extremos y no con el aplauso de todos los asociados, pues siempre ha tenido muchos votos en contra.”

***

Todo esto era muy cierto, y podemos agregar una serie de otros elementos que nos permiten entender su vida anarquista. Pancho Pezoa –como le decían sus compañeros- había nacido en Santiago, en uno de los barrios más apartados de esta ciudad, donde desde niño conocería –como señalaría posterior a la muerte de Pezoa, su compañero Federico Serrano Vicencio- “el tumultuoso oleaje de las vidas humanas que bregan sin rumbo, o son arrojadas sin piedad, en las playas de la indiferencia y la desesperación”. De  padres carentes de instrucción y, sometidos a la “férula del trabajo”, el  pequeño Pezoa quedaba durante el día al amparo de los vecinos, que no siempre podían velar por su cuidado.  De esta época recordaría Pezoa con gratitud la profunda ternura con que le trataban dos maestros de la vecindad. Uno era de profesión tipógrafo y el otro zapatero, este último, un evangélico fanático que le enseñaba la historia del maestro Jesús, y al mismo tiempo le cantaba los himnos alusivos a la propaganda. El amigo tipógrafo era más psicólogo, a menudo le obsequiaba oleografías de carácter antirreligioso o históricas, y conseguía con sus padres llevarlo a los cerros a respirar aire puro y jugar al volantín”. (2)  Sin duda este primer contacto con obreros relativamente conscientes, sería básico para entender los próximos pasos de Pancho, pues al parecer, sería con ellos con quienes forjaría sus primeras inquietudes, sus dudas, además, quienes le enseñarían las primeras letras.

Siendo muy joven, Pancho optaría por un camino. Su vida como anarquista principiaría a comienzos del siglo XX, cuando cierta vez le tocó presenciar un mitin revolucionario donde relataban las barbaridades que se cometían en España por los elementos reaccionarios. Uno de los oradores habló de la historia de las religiones y los funestos perjuicios que ocasionaban a la humanidad. Recomendaba que se leyeran los folletos que se repartían gratuitamente al auditorio y que se mediaran sus argumentos, pues ellos no querían  forjar hombres idólatras, sino hombres que pensaran con su propia cabeza. Pancho entonces se sentiría atraído por aquellas lecturas, que le hacían pensar y soñar más allá de la miseria que veía a diario, y comenzaría a asistir a los Centros de Estudios Sociales, en donde encontraría más de estas lecturas: libros, revistas, periódicos que llegaban del extranjero de forma gratis, por canje, enviados desde Europa o desde Buenos Aires. Pero muchos de estos libros venían escritos en italiano, francés o inglés, y su curiosidad le haría aprender estos idiomas, y luego hacer traducciones.

Al calor de las lecturas, Pancho comenzaría su proceso de autoformación. Tal cual destacaría Manuel Rojas, “las fuentes de aquellas ideas y de aquellos sentimientos eran libros de bajo precio, empastados a la rústica, que ni había que comprar, pues los compraban otros obreros calificados, más dispendiosos o más anhelosos de saber, y los compraban y los leían y los prestaban y se los devolvían o no se los devolvían, pero pasaban a otras anhelosas manos que también los leían y los prestaban y se los devolvían o no se los devolvían, hasta que ya no era posible prestarlos ni devolverlos, de despedazados que estaban, pues sus lectores, siempre o casi siempre asalariados, los doblaban por donde caía y de cualquier modo, metiéndolos a empujones en los bolsillos de sus chaquetas, desbocando así los bolsillos y pelando el lomo de los libros, que después de varios prestamos empezaban a mostrar los cuadernillos y sus costuras, desencuadernándose luego de heroica y fecunda vida (3) De este modo, Pancho pronto se haría un experto en los movimientos sociales de Europa y América Latina, adquiriendo todos los conocimientos que llegaría a tener sin jamás haber asistido a universidad alguna. Porque, como señalara el mismo Manuel Rojas “en la universidad no enseñaban nada que tuviera que ver con aquello, sino, todo lo contrario, enseñaban leyes que los burgueses dictaban para reforzar sus posiciones, sus propiedades, sus derechos, sus prerrogativas, su pesada permanencia en el poder y en la propiedad de la riqueza”.

Conventillo en Santiago, 1900

Su autoformación le permitiría pronto animar conferencias en Ateneos, Sociedades Obreras y Centros de Estudios Sociales; sus temas eran variados: movimientos sociales, anarquismo, socialismo, sindicalismo, corporativismo, colectivismo, libertad de pensamiento, neomalthusianismo, etc. El dramaturgo Antonio Acevedo Hernández conocería a Pancho en la Casa del Pueblo cuando éste daba una  conferencia sobre neomalthusianismo. Diría en sus Memorias: “con su ropa limpia y muy usada, sus ojos claros, algo tristes, casi humildes. Me recibió con una sonrisa… Yo nada entendí de lo que dijo Pezoa; me daba sí cuenta de que su palabra era de alto valor. El público, muy atento, bebía sus palabras, y cuando terminó se le aplaudió, podría decirse, con respeto” (4). Según González Vera, “su verbo era tan dinámico y su manera de presentar los temas tan llena de interrogantes, que sus condiscípulos (Augusto Pinto, el hojalatero Farías y el marroquinero Carlos Lezana) revisaron sus ideas y, junto con arribar a la adolescencia, se hicieron anarquistas”.  (5)

Todo ello lo complementaba a través de sus clases nocturnas en distintos espacios obreros. Destacaría González Vera, “Como profesor no se estimaba. Nunca se jactó de serlo, ni creyó un solo instante que la enseñanza es un sacerdocio. Enseñaba como podía”. Siempre pensando en la cultura como una de las bases para la revolución social que debía comenzar a hacerse desde la vida misma -a vivirse en el día a día comenzando por un cambio en las mentes-, Pezoa plasmaría su pluma en distintos periódicos anarquistas y obreros en general. Escribía artículos periodísticos, poemas, uno que otro cuento, y una que otra “obrita” para ser representada en las veladas filodramáticas organizadas por las sociedades obreras. (6)

***

Pero estas ideas Pancho también las expresaba a través de canciones y poemas. La visión futura de una sociedad anarquista supo idealizarla y expresarla a través de poemas sencillos y armoniosos, que traspasaron las fronteras como un mensaje de salutación y solidaridad para todos los parias del mundo. En las pampas argentinas, en las salitreras, en las minas de Bolivia y en las obras del Canal de Panamá han vibrado en gargantas estremecidas por el dolor las estrofas de este anarko, a la vez poeta doctrinario y cancionista” (7)

La Matanza de Santa María de Iquique, en diciembre de 1907, impactaría a Pancho, y desde luego ello influiría en los resultados de sus creaciones. Así fue como durante el verano de 1908 escribiría algunos versos que relataban la trágica experiencia de los obreros pampinos, versos a los cuales le pondría música utilizando la contagiosa melodía de un vals muy popular por entonces, llamado “La Ausencia”, “que nadie podía oír sin sentir por lo menos ganas de silbar al que cantaba”.

Canto a la Pampa, la tierra triste
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se viste
ni en lo más bello de la estación;
donde las aves nunca gorjean,
donde no crece la flor jamás,
donde riendo nunca serpea
el arroyuelo libre i fugaz.

Y el tema tendría tan buena recepción por parte de los círculos obreros, que desde entonces se cantaría en cada velada en cada mitin, en cada huelga, o calabozo, convirtiéndose en un verdadero himno del proletariado de esta región, himno de los parias sin dios ni patria, himno de los olvidados y explotados en los campamentos salitreros, en las minas de carbón o suburbios urbanos. Y Pancho…, Pancho se convirtió sin quererlo en una especie de trovador, aunque más ampliamente, era una especie de intelectual autodidacta, un hombre de letras, formado en el mundo de la sociabilidad obrera, pero lo cierto es que desde entonces, aquel muchacho que habitaba uno de los tantos conventillos del Mapocho –junto a su madre, la señora Berta, ya anciana-, se hizo conocido y admirado por todos, y cómo no, si el tema arrancaba lágrimas al ser entonado en cualquier sociedad obrera, especialmente en las sociedades anarquistas, a quienes las autoridades persiguieron implacablemente.
Desde entonces, se editaron varios cancioneros revolucionarios con sus versos. Un Comité pro Obreros pampinos, organizado a principios de 1908 en Valparaíso editaría por primera vez sus versos de venganza. Y luego se reeditarían una y otra vez, a iniciativa de distintos centros de estudios sociales y grupos anarquistas y obreros en general. (8)

Trabajadores del caliche, Tarapacá 1900
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Si bien sus conocimientos y popularidad pudieron haber significado para Pancho una forma de salir de la miseria en que vivía, el jamás aprovechó tal oportunidad. “Incapaz de pensar en el mañana o el pasado mañana”, “inhábil para prosperar gracias a cualquiera inteligencia o gracia que la vida le hubiese dado y la miseria le hubiese dejado intacta”, “sin espíritu de persistencia en algo”. Lo cierto es que Pancho jamás anheló nada, y “no  esperaba nada de la vida ni de nadie”, ni pedía tampoco nada, como “una corbata de seda italiana” o “cigarrera de oro”, a Pancho lo haría reír “la sola idea de que pudiera algún día tener alguna de estas cosas”; en palabras de Manuel Rojas, “estoy seguro que  jamás tuvo un sobretodo, a lo sumo, una camiseta de franela”. (9)  “Quizás si le faltó una mujer”, observaría González Vera, y seguramente por lo mismo recién señalado. Esto último queda reflejado también en los recuerdos de Antonio Acevedo Hernández.

                     “Recuerdo con una emoción enorme una escena. Estábamos en una fiesta campestre. Pancho había bebido algunos tragos, sus ojos tenían el azul de esos charquitos que deja la lluvia y que aprisionan el sol y su rostro ostentaba ese brillo intermedio de la  borrachera; la gente joven bailaba y cantaba, él se quedó solo sentado al pie de un árbol y con la espalda apoyada en su tronco nudoso; pasó una linda muchacha, y como todo el mundo le apreciaba hasta la veneración, le sonrió, Pancho quiso hablarla, tuvo la palabra a flor de labios, una galantería cultivada con cuidado, tal vez, o quizá un deseo; pero no lo hizo. La chica se volvió enviándole una última sonrisa, él se inclinó y su rostro se cubrió de lágrimas.
            Es probable que jamás haya pedido al amor que pudo iluminarlo, lo que el amor le debe. No ha podido hablar, no ha podido... Es probable que por esta razón guste del vino que hace olvidar…” (10)  
Por ser letrado, cuando un gremio se lanzaba a alguna huelga, era el redactor de las proclamas y manifiestos. Refiriéndose al gremio de los panaderos, recordaría González Vera que “Pezoa ayudó con su pluma al triunfo de los organizados, escribiendo decenas de manifiestos que apelaban a la conciencia de cada cual. Éstos se imprimían y penetraban en las salas de amasijo, llegaban a los hornos, subían a los camastros de los desamparados...cualquier papelito salido de la imprenta era un evangelio. Se lo leía una y otra vez y la palabra se hacía carne. Los panaderos libres triunfaron y lograron abolir el trabajo nocturno.
No sabiendo cómo demostrar a Pezoa su gratitud, apoderábanse de su persona, nada voluntariosa por desgracia, y lo hacían beber días y semanas. Así fueron inutilizándolo. Hubo un tiempo en que Francisco Pezoa quiso zafarse de sus admiradores. Partió al norte y entró en la redacción de El Pacífico. De nuevo el vino le hizo traición.” (11)

“¡Hombre, Pancho! ¡qué gusto verte! ¿Tomemos un vino?”, porque, ¿a qué puede invitar un maestro panadero de la regional San Diego, un carpintero de bahía o un cigarrero anarquista, socialista, sindicalista o colectivista, o simplemente maestro panadero, carpintero o cigarrero? No te va a invitar a tomar té; ¿estamos en Chile o no, somos chilenos o qué? Pancho podía haber dicho no, no bebo, gracias, tengo que hacer, me hace mal, o llegará a hacerme mal, pero no podría hacerlo, no habría podido hacerlo; ¿cómo herir a un amigo o a un compañero que nos saluda tan cordialmente y que con tanto cariño nos invita a tomar un vaso de vino, uno no más, porque tengo que hacer? Imposible rechazar una atención, sea cual sea; Pancho no habría podido herir a nadie, eso a riesgo de que aquel vaso de vino se convirtiera en una botella, y la botella en dos o en cuatro o en siete…(12)
“Pero nadie puede afirmar que sea un vicioso”, diría Acevedo Hernández: “por el contrario, es bastante organizado, ha estudiado con método y aprendido las materias más difíciles. Es también un gran periodista que comprende como nadie las cuestiones sociales…” (13). Para Acevedo Hernández, Pancho era “un verdadero anarquista, en el sentido ideal de la palabra, un anarquista que sabe mucho de las almas y de las vidas, un hombre comprensivo por excelencia, al que no le importan los dolores ni las befas, que nunca se queja, que tiene sonrisas para lo bueno y para lo malo que le acaece”  (14) Cuando González Vera, necesitaba practicar para convertirse en barbero, a Teodoro Brown, no se le ocurrió nada mejor, que hiciera dicha práctica con Pancho, lo visitó, “...habitaba en un conventillo. Ocupaba un cuarto espacioso, alejado del sol.”  “Lo encontré liando cigarrillos y escuchando a su madre, ya anciana, dominada por la amargura, que cesaba de recriminarlo por su vida sin objeto. Pezoa era afable, de genio alegre, muy tolerante y resignado. No le quedaba ninguna arista ni nada de lo que constituye al creyente, al reformador. Había caído en el escepticismo, aunque siempre estaba dispuesto a servir a los que creen. Aceptó que lo afeitara. Lo senté, le jaboné las mejillas con cuidado y comencé a rasurarle. La luz no abundaba. Para hacerlo mejor dejé de conversar. Apenas le hube despejado un carrillo. Pezoa me dio las gracias y me dijo que era suficiente. El se raparía el otro lado en la mañana...Le arguí que se vería rarísimo. Me manifestó que por estar en casa no le importaba mayormente. En seguida tuvo la finura de cambiar la conversación (15)

Momentos después, caminando ambos por la orilla del Mapocho, Pancho le habría señalado al escritor su “juicio melancólico acerca de los pequeños intelectuales de origen proletario”: -Su situación es harto curiosa –le habría dicho Pancho- Vienen del pueblo, pero en éste no encajan, sea porque se han instruido más que los otros prójimos, sea porque con la lectura perdieron lo genuino. Su preparación casi los equipara a los burgueses. Más a éstos les parecen más extraños aún, ya por su formación popular, ya por su pobreza- y se miró su traje gastado informe.” (16)

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Hacia 1920 era colaborador de la Casa del Pueblo y de una diversidad de periódicos obreros y centros culturales. Había sido delegado de la Asamblea Obrera de la Alimentación Nacional, hacia 1918-1919, siendo atacado por las sociedades católicas, que también componían esta coordinadora. (17)  Pancho no escaparía de la prisión y sería detenido junto a otros tantos obreros por sus actividades “subversivas”.

***

En sus últimos quince años, diría González Vera, Manuel Rojas le confiaría la corrección de pruebas en las Prensas de la Universidad de Chile. Ocupaba una de los tres escritorios que tenía el taller de prensas. Hombre siempre silencioso, con un eterno cigarrillo entre los labios que él mismo liaba y cabeceaba prolijamente. Su labor era ardua, y se ayudaba con un viejo diccionario, un tintero y una áspera pluma de acero, con la cual iba haciendo los signos cabalísticos de la corrección de pruebas, y un escupitín. 

Recuerda Héctor Fuenzalida (ensayista, director entonces de la Biblioteca Central de la U. de Chile) al Pezoa de entonces: “...pocas veces se le oía hablar para emitir una voz trasnochada... era anarquista y ya viejo, alegraba sus días con su insistencia en los alcoholes. Lo veía cruzar el patio caminando con cierta dificultad ayudado de un bastón. Era un autodidacta. Gustaba de la buena lectura y poseía una notable capacidad de concentración y una gran dignidad personal. Para la universidad reservaba sus horas de sobriedad.

No alternaba con nadie y cuando llegaba la hora de almorzar se iba cojeando a una sabrosa cocinería de la calle Alonso Ovalle donde gustaba un guiso fuerte de comida criolla y bebía algunas copas de  grueso mosto. Era su única distracción. Volvía allí mismo al anochecer a enturbiar con el vino sus verdes ojillo y charlar de política gremial.
Sus pasos inseguros le llevaban, tarde la noche, hasta su casa. En aquel restaurante y en la imprenta, lo llamaban “el compañero Pezoa” con mucho respeto y bajando la voz...

***

¿Cuándo y en qué circunstancias murió Pezoa? Todo hace presumir que murió muy solo. No tenía hijos, ni esposa. Sabemos que fue en el año 1944, en el mes de marzo. En recuerdos aparecidos en El Andamio, su compañero de andanzas -también poeta y bohemio-, Federico Serrano Vicencio, daría la despedida a este anarquista y poeta bohemio.

“He aquí, pues, al poeta que ha desaparecido y que marchó por el mundo envuelto en un silencio de modestia y de dolor. Pero el sabía extraer notas melodiosas que desentrañaba de su alma. Por eso ya en el ocaso de su vida física –setenta años más o menos- cultivó una serenidad socrática, y, tanto su pasado, como su presente y su porvenir, lo advertía cincelado, ora por sí mismo, ora por el tiempo que surca de arrugas el rostro y marchita las flores.
Pero esto ya él lo sabía demasiado, y cuando se acercó por fin la hora suprema, se refugió en el abismo de la sombra, siempre confiado en que el ideal que abrazaba, lo retornaría al seno de la madre tierra siempre generosa y cambiante, acaso para que el polvo de sus huesos dieran aliento a un frondoso árbol, o dieran colorido a una hermosa flor, pura y sencilla como sus versos, que palpitarán eternamente en el corazón de los explotados del mundo.” (19)


Notas
  1. habría nacido –según  Julio Molina Nuñez y Juan Agustín Araya en su “Selva Lírica. Estudio sobre los poetas populares chilenos”, publicado en 1917- en 1885
  2. Federico Serrano, Recuerdos anarquistas, 1945
  3. La Oscura Vida Radiante, op. cit.
  4. Memorias de un autor teatral, p. 117
  5. una de ellas: El Ahorro, ver La Protesta, Santiago, 1908
  6. Cuando era Muchacho, op. cit.
  7. Julio Molina Nuñez y Juan Agustín Araya, “Selva Lírica. Estudio sobre los poetas populares chilenos”, publicado en 1917.
  8. La Oscura Vida Radiante, op. cit.; CES “Fuerza Consciente”, La Batalla, nª 51, 2º 15º febrero de 1915.
  9. La Oscura Vida Radiante, op. cit
  10. Memorias de un autor teatral, op. cit.
  11. Cuando era Muchacho, op. cit.
  12.  La Oscura Vida Radiante, op. cit.
  13. Memorias de un autor teatral, op. cit.
  14. ibidem
  15. Cuando era Muchacho, op. cit.
  16. ibidem
  17. La Opinión, Santiago, 7 de febrero de 1919.
  18. El Andamio, Stgo, Nª 437, 30 agosto 1945

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